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miércoles, 6 de marzo de 2013

Capítulo 1

-Papá, tus nietos están muy nerviosos, no pueden estarse quietos, ¿por qué no les cuentas esa historia de nuevo?
-¿Mi historia? Hijo mío, ya se la saben casi de memoria, y yo cada vez la recuerdo menos. Los años no pasan en balde.
-Sabes perfectamente que la recuerdas como si fuera ayer.
-Hijo, ya soy un viejo, cada día recuerdo menos. Son ochenta y dos años de mi vida los que tengo. Mi mente va y viene, ya lo sabes, ya casi ni recuerdo aquel siete de abril de dos mil once…
-Pues para no recordar nada, la fecha la has dicho bastante bien. ¿Estás seguro de que no recuerdas la historia?
-Segurísimo, no la recuerdo, pero tengo una amiga que sí.
El abuelo se levantó, abrió la puerta de aquel salón enorme y desgastado por el paso de los años, aquella casa tenía casi la misma edad que él, quizá que más.
La había levantado su padre Miguel, allá por el año dos mil con ayuda de algún pariente cercano. El abuelo ya poco recordaba, lo único que solía venirle a la mente era aquella historia de amor que vivió con su fallecida esposa y hasta eso ya le costaba recordar.
Por ello, guardaba una libreta donde tenía escrita toda su vida, absolutamente toda.
Había empezado a escribir en ella a los dieciséis años, pero recordaba los años anteriores de su vida con total precisión.
Lástima que aquella capacidad para recordar se hubiese degenerado con el paso de los años…
-Bien, ya estoy aquí de vuelta, -dijo el anciano con aquella antigua libreta en su mano derecha.
Era una de esas libretas sumamente antiguas, de pasta dura y hojas ya amarillas debido a los años.
El abuelo había escrito en ella con un bolígrafo de tinta líquida, aquellos tan anticuados que ya nadie usa.
-¿Nos vas a contar la historia, abuelito? –preguntó inocentemente Alejandro, el nieto más joven.
El pequeño era el que más se asemejaba al hombre. Le encantaba escribir historias, era su afición más grande, justo igual que su abuelo.
Se pasaba las horas escribiendo, lo de aquel chico era algo completamente increíble, escribir era una prioridad. Nada ni nadie podía interrumpir esa obsesión por la literatura de aquel inocente niño. Aunque el chico solía escribir de todo, lo que más le agradaba era la fantasía. A su abuelo también le encantaba, pero sin duda alguna, el amor, las historias románticas fueron siempre su fuerte, sobretodo tras conocerla a ella…
-¿En serio la vas a contar? –preguntó por segunda vez la mediana de las nietas, Julia.
De todos los niños de la familia, ella era la más alegre de todos. Transmitía una gran simpatía allá por donde iba. Era difícil no contagiarse por sus sonrisas.
Nunca había decepcionado al abuelo, pues pese a tener solo doce años, era una niña muy responsable y obediente.
-Me sé la historia desde que tengo once años, ¿de verdad tengo que volver a tragármela?
Este era Leonardo, el mayor de los tres.
Ya era mayor de edad, y lo que toca a esa edad es ser un rebelde que parezca no tener sentimientos.
-¡Vas a escuchar la historia de tu abuelo, te guste o no! –gritó el padre.
-Deja que se vaya, ya es lo suficientemente mayor para hacer con su vida con lo quiera y tú, por mucho que seas su padre, no puedes obligarle a quedarse. Anda Leo, vete.
-¿Estás seguro, abuelo?
-Por supuesto, a esta edad te toca disfrutar, así que sal y diviértete.
Leonardo tenía vía libre para salir, pero las palabras de su abuelo le hicieron quedarse.
Respetaba al hombre como a cualquier miembro de la familia, pero a él le tenía ese especial cariño que se le suele tener a todo anciano que conoces, y mucho más si tienes con él algún parentesco.
-Abuelo, ¿te sentarás en tu butacón?
El anciano fue hacia la esquina cercana a la chimenea, allí se encontraba aquel asiento que tanto le gustaba. Lo utilizaba para leer, refugiarse en sus escritos, aquellos que tanto sudor y sangre le costaron escribir. Su pasión, su más íntimo deseo eran las letras.
Todo aquello le había otorgado una fama considerable, prestigiosos premios como el Nobel de Literatura y una increíble fortuna que nadie podría imaginar jamás.
Había triunfado en la vida, podría decirse que lo tenía todo, pero poco le importó.
Él solo pensaba en su familia, nada más le importaba, siempre fue un hombre familiar.
Su máxima preocupación siempre fueron sus familiares.
-A ver, voy a ponerme las gafas, así puedo leer mejor, -habló el abuelo ya sentado en aquel butacón. Empecemos la historia…
              
                 Y aquí empieza mi viaje, aquel relato de aventuras al que llamamos vida, aquellos
                       momentos que hicieron de mi aprendizaje una gran experiencia inolvidable.
                      Esto es por vosotros, todas aquellas personas que me hicieron vivir…
                                                                                                           
                                                                                                      Dos de Marzo del dos mil doce.

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