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domingo, 8 de marzo de 2015

Capítulo 24

-Abuelo, fuiste al Coliseo, ¿verdad? –preguntó el pequeñín de la casa.
-Eso creo, chiquitín, eso creo.
-¿Y cómo era? ¿Era grande?
-Era gigantesco, si tú te perdieras allí, nadie podría encontrarte.
-¡Yo ya me perdí en el hipermercado, abuelo, eso no es nada! –dijo Javi, creyendo que eso de perderse en un lugar es la mayor de las proezas.
A sus seis años, el chico se había perdido en tres hipermercados diferentes, causado muchos disgustos a su madre y recibido muchas hostias por ello, aunque la edad no le permitía ver que aquello estaba mal.
La primera vez ocurrió en Carrefour, cuando se perdió y acabó en los baños de la planta superior cuando sus padres se encontraban en la inferior.
Lloró tanto que asustó a un pobre hombre que se encontraba intentando hacer de vientre en uno de los urinarios.
La segunda vez fue algo más diferente, pues se quedó dormido en uno de los probadores de Zara y no lograron encontrarlo hasta pasadas unas dos horas cuando una clienta del establecimiento entró en el probador y lo vio acostado en el suelo, por lo que también se asustó al pensar que ese niñito estaba muerto.
La tercera y última vez que se perdió fue, posiblemente, la más traumática de todas, al menos para su madre, pues el niño la pilló con su amante, otra mujer, en uno de los probadores de la misma tienda.
Por aquel entonces, el chico no tenía apenas cuatro añitos, por lo que no entendió muy bien aquello, ¿qué niño de cuatro años hubiera entendido aquello? Solo pensó que era una amiga de su madre y nada más, aunque la realidad era bien distinta. Aquella mujer, Leticia, era la amante de su madre, y si estaban las dos sin ropa, no era porque estuvieran probándose ropa, sino porque acababan de tener sexo y el niño casi las pilló.
Elena sintió que el corazón se le salía por la boca, su pequeñín había estado a punto de ver cómo engañaba a su marido con otra persona. Llevaba ya unos meses con ella, la relación con su marido iba bastante mal, apenas se veían debido a sus trabajos, y Leticia siempre estuvo ahí para tenderle la mano, como una buena amiga de las de verdad.
Fue cuestión de tiempo que la amistad se transformara en algo más.
Tal vez aquello que estaba haciendo estuviese mal, quizá no esté bien engañar a una persona a la que prometiste fidelidad hasta el día de tu muerte, pero ella no era feliz con él, y quería serlo y fue Leticia la única persona que lo logró.
¿Y por qué no se divorciaba de él si esa era su situación?
Miedo, tenía miedo. ¿Qué sería de su hijo con dos padres separados? ¿Y qué pensaría su padre si viera que iba a romper una familia?
No quería ni pensarlo.
-Mami, ¿qué hacéis? Quiero irme ya, me aburre comprar ropa, -dijo el chiquitín.
-¡Javier! ¡Te tengo dicho que llames a la puerta antes de entrar en los sitios! –gritaba Elena, que recordará ese día más que ningún otro, eso estaba claro.
-¿Por qué estáis sin ropa, mamá?
-Nos estamos probando ropa, -mintió ella.
-¡Eso es muy aburrido! ¡Vayamos a comprar videojuegos! –exclamó el niño.
-De acuerdo, de acuerdo, enseguida vamos, espera que nos vistamos.

Aquel día, el pequeño Javier llegó a tener su videojuego, aunque desgraciadamente para él, acabaría rompiéndolo, justo como el corazón de su madre, al que no le quedaban muchas horas para estar también roto.

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