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viernes, 5 de abril de 2013

Capítulo 3


El centro había acordado que nos esperaran casi a las afueras del pueblo, donde se encontraban la mayoría de industrias del lugar, entre ellas, el lugar de trabajo de mi padre, la panadería.
El dueño era otro hombre, ya casi ni recuerdo su nombre, pero mi padre se movía con mucha libertad por allí.
Hacían el mejor pan del municipio, pocos eran lo que no se rendían al famoso olorcillo de su pan.
Aquel hombre decía que aquello era por la “fórmula mega secreta” que tenía, pero mi padre en años, nunca vio que hubiera tal fórmula.
Quizá fuera todo por suerte, nunca lo supe, y a decir verdad, nunca me interesó.
Fui de los primeros en llegar, solo había dos compañeros allí antes que yo:
Antonio y Minerva.
El primero era un chico verdaderamente inteligente pero eso, aunque cueste creerlo, era su mayor defecto. Creía ser mejor que nadie, que podía criticar a todo aquel que fuera algo menos que él.
Le perdí la vista pronto, se fue a estudiar a Londres y no se le vio mucho por aquí.
La segunda era una chica de esas que tienes que tener mucha suerte para poder encontrar a una como ella en toda tu vida.
Genial, verdaderamente genial.
Simpática, bonita, agradable, honrada, quizá fuera una chica algo presumida, pero aquello hacía que fuera más encantadora todavía.
Yo le decía muchas veces que era mi rubia tonta preferida.
Le tenía mucho cariño, y eso que, cuando éramos muy pequeños, nos hacíamos la vida imposible. A esa edad, la de doce años, puede que trece, ella me gustaba bastante, pero supongo que a esa edad, no se puede pretender saber la definición del amor.
A ella no le perdí el rastro, al menos durante los primeros diez años.
Estudió algo relacionado con las empresariales, al menos eso creo. Terminó sus estudios y su puso a trabajar en Murcia, en una empresa del abuelo de su novio rico, Fernando.
Se casó con veinticuatro años creo, y tuvo tres hijos si la memoria no me falla mucho.
Ahora creo que vive en Valencia…
Empezaron a llegar más personas con sus padres.
Uno de ellos, era de mis mejores amigos: Miguel.
Qué podría decir de él, creo que poco, porque era, sin duda, el mejor.
Vivíamos cerca el uno del otro, en calles muy próximas, por lo que estábamos en contacto muchísimo.
Era un tipo realmente fantástico. Nunca me falló, y estuvo a mi lado siempre, incluidos esos momentos en los que mi vida peligró.
-¿Cómo era él, abuelo?
-¿Cómo era? Pues era un chico de baja estatura, moreno, de ojos de un tono verde, de piel blanca.
Siempre fue un donjuán, un ligón, todas las chicas de nuestra edad querían estar con él.
No era el típico empollón ni mucho menos, sus notas nunca fueron del todo buenas, pero si hubo algo que nos unió por siempre en una gran amistad fue que los dos éramos dos perfectos soñadores.
Yo, el tonto que quería triunfar en el mundo de la literatura y llegar a publicar sus obras.
Él, el tonto que pretendía conseguir la fama con programas de televisión. Siempre le dije que aquello que quería era una soberana tontería, y él me respondía que lo mío más todavía.
No había día que no nos atacáramos, pero aún así, nos apreciábamos más que nadie.
Nada más llegar allí con su padre, me preguntó:
-¿Nervioso o algo tío?
-Para nada, ¿y tú? – respondí con un tono de desafío.
-Sabes que sí, y que tú también lo estás, capullo, - fue su respuesta.
Tenía la razón, estaba más nervioso que él, infinitas veces más, nunca había montado en avión, y no solo eso, lo peor era que nunca había salido de Andalucía.
Mientras él y yo hablábamos, seguía llegando gente al lugar.

4 comentarios:

  1. Como siempre, MAGNÍFICO ;) ¿Para cuándo el cuarto capítulo?

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  2. Venga, 4º capítulo ya. Siempre perfecto.

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  3. Dany, no te precipites y piensa mucho antes de escribir, lo que hasta ahora has publicado es muy interesante. Sigue por ese camino y llegarás a la meta que te propones.PVF

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