El centro había acordado que nos
esperaran casi a las afueras del pueblo, donde se encontraban la mayoría de
industrias del lugar, entre ellas, el lugar de trabajo de mi padre, la
panadería.
El dueño era otro hombre, ya casi
ni recuerdo su nombre, pero mi padre se movía con mucha libertad por allí.
Hacían el mejor pan del municipio,
pocos eran lo que no se rendían al famoso olorcillo de su pan.
Aquel hombre decía que aquello era
por la “fórmula mega secreta” que tenía, pero mi padre en años, nunca vio que
hubiera tal fórmula.
Quizá fuera todo por suerte, nunca
lo supe, y a decir verdad, nunca me interesó.
Fui de los primeros en llegar,
solo había dos compañeros allí antes que yo:
Antonio y Minerva.
El primero era un chico
verdaderamente inteligente pero eso, aunque cueste creerlo, era su mayor
defecto. Creía ser mejor que nadie, que podía criticar a todo aquel que fuera
algo menos que él.
Le perdí la vista pronto, se fue a
estudiar a Londres y no se le vio mucho por aquí.
La segunda era una chica de esas
que tienes que tener mucha suerte para poder encontrar a una como ella en toda
tu vida.
Genial, verdaderamente genial.
Simpática, bonita, agradable,
honrada, quizá fuera una chica algo presumida, pero aquello hacía que fuera más
encantadora todavía.
Yo le decía muchas veces que era
mi rubia tonta preferida.
Le tenía mucho cariño, y eso que,
cuando éramos muy pequeños, nos hacíamos la vida imposible. A esa edad, la de
doce años, puede que trece, ella me gustaba bastante, pero supongo que a esa
edad, no se puede pretender saber la definición del amor.
A ella no le perdí el rastro, al
menos durante los primeros diez años.
Estudió algo relacionado con las
empresariales, al menos eso creo. Terminó sus estudios y su puso a trabajar en
Murcia, en una empresa del abuelo de su novio rico, Fernando.
Se casó con veinticuatro años
creo, y tuvo tres hijos si la memoria no me falla mucho.
Ahora creo que vive en Valencia…
Empezaron a llegar más personas
con sus padres.
Uno de ellos, era de mis mejores
amigos: Miguel.
Qué podría decir de él, creo que
poco, porque era, sin duda, el mejor.
Vivíamos cerca el uno del otro, en
calles muy próximas, por lo que estábamos en contacto muchísimo.
Era un tipo realmente fantástico.
Nunca me falló, y estuvo a mi lado siempre, incluidos esos momentos en los que
mi vida peligró.
-¿Cómo era él, abuelo?
-¿Cómo era? Pues era un chico de
baja estatura, moreno, de ojos de un tono verde, de piel blanca.
Siempre fue un donjuán, un ligón,
todas las chicas de nuestra edad querían estar con él.
No era el típico empollón ni mucho
menos, sus notas nunca fueron del todo buenas, pero si hubo algo que nos unió
por siempre en una gran amistad fue que los dos éramos dos perfectos soñadores.
Yo, el tonto que quería triunfar
en el mundo de la literatura y llegar a publicar sus obras.
Él, el tonto que pretendía
conseguir la fama con programas de televisión. Siempre le dije que aquello que
quería era una soberana tontería, y él me respondía que lo mío más todavía.
No había día que no nos atacáramos,
pero aún así, nos apreciábamos más que nadie.
Nada más llegar allí con su padre,
me preguntó:
-¿Nervioso o algo tío?
-Para nada, ¿y tú? – respondí con
un tono de desafío.
-Sabes que sí, y que tú también lo
estás, capullo, - fue su respuesta.
Tenía la razón, estaba más
nervioso que él, infinitas veces más, nunca había montado en avión, y no solo
eso, lo peor era que nunca había salido de Andalucía.
Mientras él y yo hablábamos,
seguía llegando gente al lugar.
FANTÁSTICO.
ResponderEliminarComo siempre, MAGNÍFICO ;) ¿Para cuándo el cuarto capítulo?
ResponderEliminarVenga, 4º capítulo ya. Siempre perfecto.
ResponderEliminarDany, no te precipites y piensa mucho antes de escribir, lo que hasta ahora has publicado es muy interesante. Sigue por ese camino y llegarás a la meta que te propones.PVF
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