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lunes, 22 de abril de 2013

Capítulo 5


-Anda, ya va siendo hora de dormir. Luca, lleva a tu hijo a su cama, -dijo el abuelo mientras sus otros dos nietos ponían mala cara. Ellos querían que continuara su historia y, por culpa del enano de su hermano, esto no iba a ser posible, al menos ese día.
-Buenas noches, papá.
-¡Buenas noches, abuelo! –gritó Julia.
-¡Hasta mañana! –dijo Leo.
Él se limitó a sonreír levemente. Los años está claro que nunca pasarán en balde. Deseó las buenas noches a su familia y se “arrastró” a paso lento por los pasillos de aquella casa hasta llegar hasta su habitación, que estaba en la planta baja, pues ya no era capaz de subir escaleras debido a esa enfermedad a la que llaman osteoporosis. Dejando las gafas en su desgastada mesita de noche, se puso el pijama, y le dijo hasta pronto a ese día tan provechoso.
-¡Abuelo, abuelo, arriba ya, que es tarde! –gritaba Alejandro mientras saltaba descontroladamente en la cama. El chico pensaba que las personas tan mayores no podían dormir tanto, y que él tenía todo el derecho a ser el “justiciero” que lo impidiera.
-¡Arriba, arriba! ¡No duermas más! –gritaba aún más fuerte que antes.
Pero lo que el chiquitín no sabía era que el anciano ya estaba despierto desde hacía un buen rato, y que, bajo las mantas, reía por lo bajini viendo sus esfuerzos por levantarlo.
Todos los fines de semana lo expulsaba de su cama un auténtico volcán diminuto que todavía seguía tomando biberón de vez en cuando.
-¡Ya voy, ya voy, no saltes más o vas a romper las patas de la cama!
-¡Pues levántate ya, abuelo!
Este se incorporó y avanzó a ritmo lento, lo que sus huesos podían permitirle. Llegó al comedor, donde Luca había preparado el desayuno para todos.
-¿Tienes hambre, papá?
-Muchísima, ¿qué tenemos para desayunar, chef Luca?
-Tenemos una primera opción compuesta por dos buenas tostadas a las que untar, bien mermelada, bien mantequilla. Como segunda opción, tenemos la especialidad de la casa, pastel casero de chocolate. ¿Qué prefieres?
-Mmm, ¿qué tal tostadas con mantequilla y algo de azúcar encima? Es delicioso.
-Pues toma un cuchillo y unta lo que quieras. Y por cierto, ¿sabes qué tienes que hacer hoy, verdad papá? –preguntó Luca.
-Hijo, no me hagas esto, no pretendas que mi memoria funcione como cuando tenía veinte años. A ver, ¿qué tengo que hacer hoy?
-Hoy tengo horas extras en la comisaría, tienes que cuidar de los dos pequeños hasta yo llegue.
-¿Y qué pasa con el mayor?
-Se fue con la novia hace unos minutos, no lo tendrás aquí en todo el día.
-¿Y tú vendrás para almorzar?
-Supongo que sí. Bueno, me voy, hasta luego papá, hasta luego niños.
-¡Adiós papá! –gritaron.
El viejo puso su mirada sobre Alejandro, el pequeño estaba cometiendo un crimen atroz con el pastel de chocolate. Estaba mareando el pastel, moviéndolo de un sitio a otro, y manchando todo lo que había a su paso, también su cara. Julia evitaba mirarlo, la cara de su hermano estaba hecha un poema con tanto chocolate encima, por lo que ella solo se centraba en sus tostadas con mermelada y su vaso de leche. El abuelo no, él no dejaba de mirar al pequeñín y su cara manchada, y se le ocurrió una idea para acabar con el estropicio: Seguir su historia.

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