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viernes, 7 de junio de 2013

Capítulo 11

El anciano despertó sobresaltado. Una pesadilla le impidió soñar con ella como le hubiera gustado. Siempre la misma pesadilla, todos los días, y no dejaba de sorprenderle que su cerebro implantara aquel sueño dentro de él día sí, día también. Un sueño que había vivido en sus propias carnes. Aquel fatídico día cuando perdió a su mujer, en aquel tren, a causa de aquel atentado...
Ella fue víctima de un atentado terrorista, siendo una de las tantas personas que perecieron allí. Por aquellas fechas, grupos extremistas querían acabar con el Estado español y fundar un nuevo país. El principal motivo para estos actos fue que los gobernantes de España eran unos ineptos y restringieron el uso de medicinas a las clases más pobres. Empezaron con manifestaciones supuestamente pacíficas, pero la cosa se volvió más radical viendo cuando vieron que estas no servían de nada. Y llegaron  los atentados. Al principio fueron menores y en lugares poco importantes, quizá sin víctimas mortales, pero pasado un tiempo…
Llegaron a atentar contra el Congreso, universidades, hospitales, aeropuertos, estaciones de tren, todo lugar público no estaba a salvo de ellos, y las personas inocentes…menos.
-¿Abuelo? –preguntó una voz surgida de la puerta entreabierta de la habitación.
-¿Sí? ¿Leo?
-Sí, soy yo.
-¿Y qué haces aquí? Tu padre me dijo que no venías hasta la noche...
-Al final no, he llegado antes, dejé a Marta en su casa y me vine acá.
-¿Lo pasaste bien con tu novia entonces?
-Sí, fuimos al cine a ver una peli de miedo, ella se hartaba a gritar y yo me hinchaba a palomitas más algún momento de besuqueo en plan moñas. Lo típico y eso. Por cierto, abuelo, ¿me harías un favor?
-Claro, dime.
-¿Me sigues contando tu historia?
-Sí, ¿por qué no? Anda, vayamos al salón, allí estaremos más cómodos.
Leo había ocultado los motivos para querer escuchar a su abuelo. Quería continuar la historia porque acababa de romper con su novia, y creía que con las palabras de su abuelo, podría obtener un consejo para así recuperarla. Estaba triste por la ruptura, pero prefirió ocultar aquel dato a su abuelo y él pareció tragarse la mentira. Llegados al salón, el anciano preguntó:
-Y bien, ¿quieres que empiece por donde lo dejé con tus hermanos?
-Como quieras, me da igual.
-Rompiste con Marta, ¿me equivoco? –preguntó el hombre.
-¿Cómo…lo sabes?
-Hijo mío, yo también fui adolescente en su día y curiosamente tienes la misma cara de enfado que tuve yo cuando me dejaron por primera vez, -dijo el abuelo riendo.
-Vaya…
-Sonríe.
-¿Qué? Sí, para eso estoy ahora, abuelo…
-Las penas se quitan con sonrisas, Leo. Desde el principio de la vida, estamos destinados a sonreír.
-Y también para llorar, -respondió el joven.
-Así es, tristeza y alegría van juntas de la mano, las dos liberan sentimientos, y cuando se sueltan y se rompe el equilibrio, entonces es uno mismo quien debe tomar la decisión de a qué lado ir.
-Las lágrimas y las sonrisas nunca irán de la mano, abuelo, por mucho que tú quieras. Felicidad no es igual a tristeza.
-¿Te atreves a decir eso cuando las personas muchas veces lloramos riendo y reímos llorando? Hasta en la más absoluta tristeza hay alegría, Leo, y las dos sensaciones pueden manifestarse a la vez.
-¿Y eso cómo lo sabes?
El anciano solo se limitó a decir “porque sí”, pero realmente, había una explicación para esto. A la edad de treinta años, asistió a una de las exposiciones de cuadros de su esposa. Allí, conoció a un hombre muy metido en temas artísticos, el cual le agradó conocer. Le explicó que las cosas contrarias, se atraían provocando un equilibrio que provocaría un estado de bienestar, pero muy fácilmente rompible separando las dos partes. Lo que entendió de este hombre fue que si eres feliz a causa de algo en un determinado momento, deberías estar triste a causa de otro algo y no olvidar ninguna de los dos lados, o romperías el equilibrio. Además, le añadió que lo que a uno hace feliz, a otro quizá lo haga triste, por ello, felicidad y tristeza siempre deben estar juntas y no separarse jamás. Al abuelo le gustaron estas palabras, pero, ¿cómo explicar semejante cosa a su nieto adolescente y descerebrado?
Se le ocurrió algo, con lo que sin duda haría que su nieto comprendiera, y de paso, recordar un poco más a su querida esposa.
-Leo, ven conmigo, voy a enseñarte una cosa y a darte la explicación que quieres, -le dijo a su nieto.
Le llevó hasta el otro salón, el que antiguamente su familia usaba en los veranos debido a su mejor ventilación. Allí, era donde su difunta esposa colgaba sus cuadros más personales. Se dirigieron hacia la zona próxima a las escaleras al segundo piso. En la esquina, se encontraba uno de los cuadros más antiguos de su abuela. A simple vista, era un cuadro de esos que son pequeños, enmarcados en madera vieja y que se suelen poner para “adornar” la casa sin que nadie les eche cuenta realmente, aunque este, no era el caso. Aquel cuadro más que una pintura parecía una foto, de un paisaje el cual la lluvia parecía ahogar los campos y las nubes negras engullir el cielo y en medio, un rayo con forma de doble zeta que daba la sensación de romper el cuadro en dos. Ahí, con su fulgurante destello, era el señor del cielo, del tiempo, del espacio, de todo. Sin duda, era lo que más llamaba la atención de aquel cuadro, no obstante, no era lo único interesante. Abajo, a la derecha, con letra en cursiva de tamaño muy pequeño, había escrito algo. Leo procedió a leer:

<<Nubes grises que no te dejan ver el cielo azul, parece que va a llover. Tus presagios se cumplen y terminan cayendo unas gotas. Guardas esperanza, deseas que deje de llover, son gotas finísimas, hay un atisbo de que pare...
Pero no, empieza a llover más fuerte que nunca. Jamás viste unas gotas tan grandes y fuertes en toda tu vida, te extraña, te preguntas si merece la pena que llueva a cántaros. 
Decides salir, enfrentarte a la luvia, al viento, al frío, a todo lo que se te ponga por delante. Miras tus manos, las notas congeladas y de un color que no reconoces, el agua ha nublado tu visión y no ves, o no quieres ver nada. Notas tus labios hinchados, los muerdes con fuerza, en un intento desesperado por la hinchazón. 
Abres tus brazos, el agua empieza a recorrerlos con rapidez, alzas la cabeza al cielo, las gotas te dan en la cara, te hacen daño, pero dentro de lo que cabe, te están dando paz en una guerra interna contigo mismo. 
En tu rostro hay agua de lluvia, puede que lágrimas también, y vuelves a preguntarte el porqué.
¿Dejará de llover o terminaremos ahogados? >>           
                                                                                                           "Tempestad"

-Espero que cuando lo leas, comprendas el porqué dos sentimientos opuestos siempre estarán unidos el uno al otro, -musitó el anciano.
-¿Por qué le haces esto a todo el mundo? ¿Por qué te gusta tanto callar al prójimo, abuelo? –respondió Leo.
-Tu abuela me acostumbró a eso, le encantaba ser callada a besos, también con palabras dulces, y ya sabes, las buenas costumbres, nunca serán rutina. 

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