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domingo, 13 de octubre de 2013

Capítulo 13

Amor…
¿Qué es? La verdad es que nadie lo sabe y todos se han atrevido en algún momento de sus vidas a decir que lo tienen. Recuerda que, mientras escribía en aquel bus al lado de su amigo dormido, había una pareja detrás de ellos besuqueándose y metiéndose mano, inmersos en su mundo lejos del resto, presumiendo que se querían. No lo entendía. ¿Quererse? ¿Esos dos? Ni de lejos. Acostumbraban a discutir a todas horas, a pelear entre ellos, a desconfiar del otro, a engañar, poner los cuernos, insultarse…
Todo lo malo que puede haber en una relación lo hacían. ¿Y presumían de amor?  Sus dos compañeros de atrás no sabían qué era ese sentimiento, ni en broma.
Por culpa de estos dos, el viaje se le hizo larguísimo, aunque por suerte contaba con que la inspiración había visitado su mente durante todo el trayecto.
Lamentablemente aquel texto de treinta líneas se perdió con el tiempo, y su reconcomida memoria no lograba recordar ni tan siquiera el título de aquellas palabras.
Una lástima, qué duda cabe.
-No entiendo al abuelo, papá, a veces me desconcierta con todo lo que dice…y lo que no dice, -le dijo Leo a Luca.
-Ya deberías ir conociendo a tu abuelo, hijo mío, siempre fue un misterioso, le gusta muy poco, poquísimo, revelar sus secretos e inquietudes, y si lo hace lo hace de manera indirecta, con un toque que siempre te hará pensar, quieras o no.
-¿Y por qué es así?
-Pssssssss, pues no lo sé, aunque una vez creo recordar que se le escapó que “a nadie le gusta leer una novela donde ya se sabe quién es el asesino”.
-Emmm, ¿qué tiene que ver eso con el abuelo, papá? –rio Leo.
-En pocas palabras hijo mío, sé misterioso y querrán saber de ti.
-Tiene sentido, supongo...
-Tu abuelo es como es, y créeme, es genial que sea así y que tenga su propia personalidad. No todos pueden decir eso.
De repente, y como siempre, al abuelo apareció e interrumpió la conversación, una de sus malas costumbres.
-Tanto alarde me abruma, Luca, pero no hace falta piropearme de esa manera, ya sé que quieres mucho.
-¡Papá!
-¿Sabes una cosa? Me acabas de recordar el momento cuando llegamos a Málaga, para coger el avión rumbo a Italia.
-¿Y se puede saber qué recordaste?
-Cuando bajé del bus, me acuerdo que hubo una chica, Marta, que me pidió que le sacara su equipaje del maletero. No me dio tiempo a responder, que empezó a piropearme sin motivo, a hacerme la pelota, para que se lo sacara. Y claro, por aquella fecha, era un absoluto borde, podéis imaginar cómo la mandé a paseo.
-Te iba a ayudar, pero por hacerme la pelota, ya como que no, -recuerdo que le dije.
-¡Qué agradable eras, abuelo! –dijo Leo, riendo por lo bajo.
-Puede que fuera desagradable, pero creo que ese día fue cuando me percaté de que el mundo no es tan bonito como nos lo quieren pintar, que si se pueden aprovechar de ti para conseguir las cosas, lo harán.
-Gracias a Dios que apareció mi madre y logró cambiarte, papá, eras y eres un viejo gruñón.
-Es cierto, tu madre me cambió, fue la única que logró hacerlo, pero de verdad.
-¿Y tras aquello qué más pasó? –preguntó su nieto.
-Pasó lo que creo que es uno de los momentos donde peor lo pasé en mi vida, le contestó el anciano, tocándose la barbilla, pensativo.
-¿Y qué te pasó? –preguntó su hijo, Luca, riendo, pues ya sabía lo que iba a contarles, ya conocía esa historia de principio a fin.
-Era un absoluto despistado, mi mundo solo era mío, nadie lo podía visitar, y eso significaba peligro, mucho peligro. Olvidé pedir mi tarjeta de embarque, y estuve a nada de quedarme en tierra. Vaya enfado que cogió mi profesor conmigo...
Pero si me pongo a recordar su expresión facial, no puedo evitar sonreír, era un gran hombre, uno al que yo había cabreado y que por mi culpa estaba echando humo de las orejas.
-¿Al final cogiste el avión o no? –preguntó jocoso su hijo.
-Sabes perfectamente que sí.
El avión…rumbo a Roma, directo a Italia., donde las cosas al fin darían un sentido a mi vida.

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