-¿Se encuentra bien?
-Dentro de lo que
cabe, sí. Su padre ha tenido un infarto de miocardio, señorita Elena, y no voy
a mentirle. Su papá es muy anciano, lleva tras de sí dos infartos, si no logran
que se cuide, que estime su vida, esta no durará mucho. Y ha tenido suerte, no
muchos viven para contar que su corazón falló dos veces. Buenas tardes.
El doctor abandonó la
habitación, dejando a Elena confusa, mirando temerosa a la cama de hospital
donde su padre se encontraba. Maldito hermano suyo, ¿es que no podría haber
cuidado en condiciones a su padre? –pensó.
-¿Elena?
-Sí, soy yo, papá.
¿Cómo te encuentras?
-Asustado a la par que
contento.
-¿Y eso por qué?
-Te pareces tanto a tu
difunta madre que…no sabía si a quien veía era mi hija o mi esposa.
-Siento haberte
decepcionado entonces, -respondió Elena guiñando el ojo a su padre.
-No es eso, hija. Tu
madre murió, quedó en el pasado, solo que me hubiera gustado reunirme con ella…
-Ay, papá…
-¿Qué?
-¡Qué nos queda mucho
que aguantarte!
-¿Y eso cómo saberlo?
Tú no eres doctora, hija.
-Puede que no, pero sí
sé que las personas testarudas nunca dan su brazo a torcer, y seguro que si la
muerte viene a llevarte le darías una bofetada tan fuerte que huiría con el
rabo entre las piernas.
-Esa frase es mía,
¿no? –preguntó el anciano, divertido.
-Sí, es tuya, se la
decías a tu abuela, que pese a estar enferma durante mucho tiempo vivió noventa
años.
-Veo que lo recuerdas…
-Papá, recuerdo
prácticamente todo lo que me has dicho desde que tengo un mínimo de conciencia.
-Entonces, digo yo que
te acordarás de que la comida de los hospitales no me gusta mucho, ¿cierto?
-¡Cuánto trabajo me
das! –exclamó Elena.
-Quiero algo con
jamón, ¿puede ser?
-Sí, papá.
Elena salió de aquella
habitación con una sonrisa en los labios, dejando a su padre pensando en un
buen bocadillo de jamón.
La máquina expendedora no quedaba muy lejos, solo a escasos pasos. Elena sacó el billete de diez de su
monedero, aunque por desgracia para su padre, con él no pudo comprarle algo con
jamón, puesto que no había. Eso sí, le compró algo de bacon.
-Está rico, ¿eh? –preguntó
Elena, poco sorprendida por la rapidez con la que su padre engullía,
literalmente, el bacon.
-Sí, ya sabes que yo
comiendo soy casi igual de feliz que escribiendo, -respondió el anciano
sonriendo.
-Papá…lo siento, -dijo
de pronto la muchacha.
-¿El qué?
-Nunca más podrás
comer así como lo haces, el médico nos ha obligado a ponerte una dieta
estricta, y que cuide tu corazón.
-¿Vosotros también? No
me lo puedo creer…
-¿Eh?
-Tu madre, al poco de
conocernos, le dio por ponerme una dieta estricta. Decía que no me cuidaba
nada, y que teniendo problemas sanguíneos como los tengo, no podía seguir así.
-¿Y logró que la
siguieras?
-Claro, tu madre
ejercía sobre mí muchísimo control. Bueno, control no, era…era otra cosa.
-¿Qué?
-No sabría explicarte
con palabras.
-¡Pues eres escritor,
hijo mío!
-Por eso mismo. Si un
escritor no sabe explicar algo, describirlo, ten por seguro que ese algo jamás
tendrá explicación posible, al menos en su propio corazón.
-Tú como siempre, tan
profundo…
-De adolescente me
tildaban de filósofo. Esa palabra no se despegó de mí hasta que entré en la
universidad.
-Ay, mi pequeño
filósofo, -suspiró la joven.
No hay comentarios:
Publicar un comentario