Pages

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Capítulo 15

-¿Se encuentra bien?
-Dentro de lo que cabe, sí. Su padre ha tenido un infarto de miocardio, señorita Elena, y no voy a mentirle. Su papá es muy anciano, lleva tras de sí dos infartos, si no logran que se cuide, que estime su vida, esta no durará mucho. Y ha tenido suerte, no muchos viven para contar que su corazón falló dos veces. Buenas tardes.
El doctor abandonó la habitación, dejando a Elena confusa, mirando temerosa a la cama de hospital donde su padre se encontraba. Maldito hermano suyo, ¿es que no podría haber cuidado en condiciones a su padre? –pensó.
-¿Elena?
-Sí, soy yo, papá. ¿Cómo te encuentras?
-Asustado a la par que contento.
-¿Y eso por qué?
-Te pareces tanto a tu difunta madre que…no sabía si a quien veía era mi hija o mi esposa.
-Siento haberte decepcionado entonces, -respondió Elena guiñando el ojo a su padre.
-No es eso, hija. Tu madre murió, quedó en el pasado, solo que me hubiera gustado reunirme con ella…
-Ay, papá…
-¿Qué?
-¡Qué nos queda mucho que aguantarte!
-¿Y eso cómo saberlo? Tú no eres doctora, hija.
-Puede que no, pero sí sé que las personas testarudas nunca dan su brazo a torcer, y seguro que si la muerte viene a llevarte le darías una bofetada tan fuerte que huiría con el rabo entre las piernas.
-Esa frase es mía, ¿no? –preguntó el anciano, divertido.
-Sí, es tuya, se la decías a tu abuela, que pese a estar enferma durante mucho tiempo vivió noventa años.
-Veo que lo recuerdas…
-Papá, recuerdo prácticamente todo lo que me has dicho desde que tengo un mínimo de conciencia.
-Entonces, digo yo que te acordarás de que la comida de los hospitales no me gusta mucho, ¿cierto?
-¡Cuánto trabajo me das! –exclamó Elena.
-Quiero algo con jamón, ¿puede ser?
-Sí, papá.
Elena salió de aquella habitación con una sonrisa en los labios, dejando a su padre pensando en un buen bocadillo de jamón.
La máquina expendedora no quedaba muy lejos, solo a escasos pasos. Elena sacó el billete de diez de su monedero, aunque por desgracia para su padre, con él no pudo comprarle algo con jamón, puesto que no había. Eso sí, le compró algo de bacon.
-Está rico, ¿eh? –preguntó Elena, poco sorprendida por la rapidez con la que su padre engullía, literalmente, el bacon.
-Sí, ya sabes que yo comiendo soy casi igual de feliz que escribiendo, -respondió el anciano sonriendo.
-Papá…lo siento, -dijo de pronto la muchacha.
-¿El qué?
-Nunca más podrás comer así como lo haces, el médico nos ha obligado a ponerte una dieta estricta, y que cuide tu corazón.
-¿Vosotros también? No me lo puedo creer…
-¿Eh?
-Tu madre, al poco de conocernos, le dio por ponerme una dieta estricta. Decía que no me cuidaba nada, y que teniendo problemas sanguíneos como los tengo, no podía seguir así.
-¿Y logró que la siguieras?
-Claro, tu madre ejercía sobre mí muchísimo control. Bueno, control no, era…era otra cosa.
-¿Qué?
-No sabría explicarte con palabras.
-¡Pues eres escritor, hijo mío!
-Por eso mismo. Si un escritor no sabe explicar algo, describirlo, ten por seguro que ese algo jamás tendrá explicación posible, al menos en su propio corazón.
-Tú como siempre, tan profundo…
-De adolescente me tildaban de filósofo. Esa palabra no se despegó de mí hasta que entré en la universidad.
-Ay, mi pequeño filósofo, -suspiró la joven.

No hay comentarios:

Publicar un comentario