-¿A qué hora llega el
abuelo del hospital?
-Llegará en media hora
aproximadamente, Javier.
-¡Pero yo quiero que
llegue ahora!
El pequeño Javi no
podía esperar más. Había estado esperando una semana a que le dieran el alta a
su abuelo.
Llevaba semanas sin
verle, este había estado anteriormente en casa de su tío Luca, con sus primos.
Y no podía ser, era injusto, él también quería a su abuelo para sí mismo, para
que le contara historias.
Era hijo único, por lo
que no tener hermanos le provocaba que tuviera muchos días aburridos, sin nadie
a quien hacer la puñeta, alguien con quien jugar, y su abuelo era el perfecto
compañero de juegos, viejo pero juguetón, su abuelo satisfacía con creces su
ansia por jugar.
¿Qué abuelo es capaz
de ganar al nieto jugando a la PlayStation? Pocos, por no decir que ninguno. Su
abuelo era totalmente experto en los juegos bélicos y de estrategia, aunque en
juegos de fútbol era algo paquete.
-No juego al fútbol
desde que dejé de discutir por él, -decía.
Javi pensaba que eso
eran excusas, que si era malo lo era, y punto. Aún así era muy divertido meterle cuatro o cinco
goles.
El timbre de la puerta
sonó:
-¡Yo abro, yo abro, me
lo pido! –gritó el chiquillo.
Y. una vez abierta la
puerta, pudo por fin ver a su abuelo.
-¡Abuelo, te echaba de
menos! –chilló histérico, mientras se abrazaba al anciano. Su madre, Elena, que
lo acompañaba, contempló enternecida la escena, tan tierna como adorable.
Su hijo llevaba
bastante tiempo sin verle, era lógica su reacción. Y ella…pues también.
Había pasado casi un
mes desde la última vez que lo vio, cuando se fue al pueblo a ser cuidado por
Luca.
Sí, a cada uno de los
hijos le tocaba encargarse del anciano a cada mes.
A ella le habían
tocado dos meses prácticamente seguidos, cosa que le gustaba, aunque otros
muchos piensen que “tener un viejo a tu cargo” es algo desesperante, para ella
no lo era.
Disfrutaba con él, con
la historia de cómo conoció a su madre y el porqué su vida fue así, y no
dudaría en pedirle esa historia de nuevo dentro de poco, tras el almuerzo.
-Abuelo, ¿juegas
conmigo a la consola? ¡Mamá me ha comprado un nuevo videojuego de fútbol!
-¿Y a qué esperamos?
–respondió el abuelo, sonriente.
Emplearon lo poco que
quedaba de mañana para jugar cuatro partidos, de los cuales, tres, ganó el
anciano, para sorpresa de su nieto.
-¡Has hecho trampas! ¡Eres
un tramposo, abuelo! –gritó el niño abalanzándose sobre su abuelo.
-¿Yo? Te gané sin
hacer trampas porque eres muy malo jugando al fútbol, -respondió el anciano,
haciéndole cosquillas.
-¡No! ¡Eres un
fullero, y para! –gritaba Javi sin parar.
-¿Se puede saber qué
está pasando aquí? ¿Qué escándalo es este? –se escuchó de golpe.
Era Elena, que llevaba
varios minutos tras la puerta, mirando por una rendija cómo su padre y su hijo
jugaban y reían, aunque claro está que eso ellos nunca lo sabrían.
-He hecho una
pregunta, -dijo.
-Es que el abuelo hace
trampas…
-Mentira, yo no hago
trampas.
-Sois unos tontos los
dos, ¿lo sabéis? Anda, dejad ya los juegos, que papá ya hizo la cena.
-¿Qué hay de comer?
–preguntó el niño.
-Macarrones con tomate
y atún, así que venga, a cenar.
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