La cena fue más corta
de lo esperado, ya que Elena y su marido deseaban ver una serie que estaba de
moda, y con Javier delante no podían, este no tenía la edad suficiente para
poder verla.
-Voy a acostar al
niño, ¿vale? –dijo el anciano.
-No papá, no te
preocupes y vete al salón, nosotros lo acostamos y recogemos la mesa,
-respondió Elena, tajante.
Al abuelo no le quedó
otra que seguir órdenes, por lo que fue al salón, se sentó en el sofá y
encendió la televisión.
La serie ya había
empezado. Trataba sobre la antigua Roma, de las vivencias de un gladiador que
deseaba obtener su libertad, al precio que fuese.
-¡Hija, ya empezó!
-¡Voy!
La serie no tenía mala
pinta, aunque para su gusto había demasiada sangre, demasiada violencia. Antes
no le hubiera desagradado, cuando era joven la violencia le gustaba, le parecía
un tema más y se atrevió a relatar la violencia en algunas de sus novelas con
una facilidad que asustaba, facilidad que obtuvo tras jugar a esos videojuegos
violentos que una madre desea eliminar.
-¿Me he perdido algo
importante?
-No, solo salió ese
hombre matando a otro por orden de su amo. ¿Y Miguel?
-Llegó cansado del
trabajo y ha optado por irse a dormir. Estamos solos.
-Entiendo…
-¿No te gusta la
serie? –preguntó Elena.
-Sabes que no, Roma me
trae malos recuerdos.
-Eres algo exagerado,
papá.
-Siempre lo fui, desde
pequeño.
-Cuéntamela otra vez,
-soltó Elena de pronto.
-¿El qué?
-Ya lo sabes.
-Desgraciadamente sí,
lo sé.
-¿Tanto te marcó?
-Ella me hizo más
grande que el Coliseo ese que acaba de salir por la televisión, solo que
aquella grandeza terminó, como la antigua Roma.
-¿Dónde la conociste?
-En un restaurante de
allí, poco después de llegar a Italia, no recuerdo el nombre.
Me encontraba con
algunos chavales de clase, y hubo uno que dijo que alguno de nosotros debía
ligar, que tendríamos que echarle valentía y hablarle a la primera italiana que
viéramos, y yo fui quien le echó valor únicamente y lo hizo. Pretendía encajar
en el grupo, siempre me había sentido fuera de todo aquello, como el marginado
de mi clase, qué sé yo, tampoco es que recuerde mucho el porqué lo hice. Les
dije que le hablaría a la primera mujer que saliera por la puerta del cuarto de
baño que teníamos frente a nosotros, y así lo hice.
-¿Y salió ella?
Alicia…
-Sí, salió Alicia, mi
primer amor, acompañada por su entonces mejor amiga, Nereida.
-¿Qué le dijiste?
-Poca cosa. Me
presenté y le planté dos besos en la cara, lo normal es esos casos, aunque no
me dio tiempo para más.
-¿Por qué?
-Una avalancha de
chicos y chicas de mi clase con ansias de presentarse me lo impidió.
Apenas la vi en lo que
restó de noche, no la dejaban moverse ni de lejos, aunque recuerdo que me guiñó
el ojo en la distancia, cosa que me dejó perplejo.
Pronto la perdí de
vista, y más pronto aún nos trajeron la cena, una que por cierto a nadie gustó.
Una vez terminé de
comer, pedí permiso para salir del restaurante, tenía calor.
-Y una vez fuera ella
te buscó, ¿verdad?
-Sabes perfectamente
que sí, ya te lo he contado muchas veces.
Tenía la intención de
llamar a mis padres para comentarles que me encontraba bien, y que el viaje en
avión había sido algo inolvidable. Saqué el smartphone de mi bolsillo, marqué
los dígitos, todos salvo uno, mientras caminaba por la acera aproximándome a una esquina. Cuando iba a
marcar el último…alguien me dio un tirón del brazo.
En un primer momento
llegué a pensar que era alguien que pretendía robarme, ya nos habían advertido
de los ladrones y los métodos que empleaban en la ciudad.
Vaya sorpresa me llevé
cuando comprobé que el tirón no me lo había dado un vulgar ladrón, sino aquella
persona que muy pronto sacaría sonrisas de mis labios.
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