Pages

viernes, 28 de marzo de 2014

Capítulo 18

-Hay que ver la cara que tienen los de tu clase, ¿no? Me hablas tú y no te dejan apenas articular palabra, -me dijo.
-Sí…supongo que algo de cara sí que tienen, no sé…
-Me llamo Alicia, creo que ya te lo dije, ¿cierto? Y tú te llamabas…
-Eh Ali, ¿tienes tabaco? –preguntó otra de sus amigas.
-Sí, sí que tengo, ¿es que quieres fumarte otro porro? Yo te lo doy, pero me tienes que pasar algunas caladitas eh…
Alicia se sacó un paquete de tabaco del bolso, un Chesterfield, y se lo pasó a su amiga Tina.
Despreciaba a la gente que fumaba, lo digo en serio, entre ellos a mi difunto padre, quien se fumaba dos paquetes y medio de cigarrillos al día. Era incomprensible que alguien pagara para que le mataran lentamente, aunque al fin y al cabo, cada uno tiene su libertad para hacer con su vida lo que quiera.
-¿Quieres uno? –dijo ofreciéndome un cigarro.
-No, no me gusta el tabaco…
-¿En serio? ¿Pero lo has probado?
-No, no lo he probado.
-¿Entonces cómo sabes que no te gusta?
-El simple humo me da asco, lo siento.
Se guardó el paquete en su bolso, con una mueca de decepción es su rostro. Miré de reojo a su amiga, quien liaba el porro con una pericia asombrosa, ¿cómo podía hacer eso como para que pareciera tan fácil?
-Bueno, ¿y qué edad tienes y eso?-me preguntó.
-Cumplí dieciséis hace unos días, en el mes pasado, ¿y tú?
-Yo aún tengo quince, a principios de junio hago los dieciséis.
-Ah…
La conversación no fue a más, alguna palabra suelta y fin, y no recuerdo qué más hablamos, era una situación algo incómoda.
Recuerdo que nos despedimos con dos besos, y que una vez que se alejó, me guiñó el ojo en la distancia. Me sentí “raro”…
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por una voz:
-Eh, ¿podría hablar contigo?
-¿Cómo? –reaccioné de pronto.
Era Marta, una de mis antiguas compañeras de clase, con la que…bueno…con la que tuve una relación algo extraña, que acabó justo allí.
-¿Quieres ir a dar una vuelta? –me dijo.
-Sí, -le respondí. La verdad es que jamás entenderé porqué me fijé en ella, era todo lo contrario a lo que tu madre fue en vida, no lo sé, jamás entenderé a mi yo de dieciséis años. Y aquella relación…quizá no fuera ni relación. Era raro, ella siempre me tenía como un segundo plato, me hacía caso cuando alguno de sus novios la dejaba, cuando se sentía sola, lo típico supongo. Y yo era tan tonto que siempre caía en sus redes.
Era el perfecto idiota adolescente enamorado de la idea del amor, de esa idea que te prometen los libros, donde todo problema es superado por dos increíbles enamorados que superan los escollos de la vida con la única fuerza que sus besos son capaces de proporcionarles.
-¿Estabas enamorado de ella, papá?
-No, te dije que estaba enamorado de la idea del amor, y así estuve hasta que Alicia pasó por mi vida.
-¿Qué más pasó?
-Nos fuimos a tomar alcohol, logrando entrar en una discoteca para mayores. Allí probé el éxtasis por primera y única vez en mi vida.
-¿De verdad, papá?
-Sí, influenciado por ella. Mis dieciséis fueron una edad donde la gente lograba influenciarme bastante, para mi desgracia…
-¿Cómo ocurrió? Lo del éxtasis digo…
-La verdad es que ella me lo ofreció, y yo, por hacerla feliz, tomé.
-¿Y?
-Nos fuimos directos al hotel, pasando olímpicamente del resto de la clase.
-¿Y qué pasó?
-¿De verdad lo quieres saber?
-¡Claro!
-Pues entonces creo que me iré a la cama, es tarde y estoy cansado.
-¡Papá!
-Ni papá ni leches, me voy.
Y así fue, el papá se fue, pensando en lo que le pudo haber contado a su hija y no le contó.
¿El qué?
Lo que hizo aquella noche y no logró saber hasta que cumplió dieciocho años: Perder la virginidad.
¿Cómo contarle a tu propia hija el que te drogaste y emborrachaste y que no recordaste cómo fue?
Que te tumbó sobre la cama, en su habitación, que te quitó la ropa, rompiendo tu camisa con una fuerza bruta inusitada, que ató tus brazos al cabecero de la cama con los restos de esa camisa, y que te folló sin compasión, dejándote sin aire en los pulmones, al borde del colapso, culpa de su pelvis meneándose de un lado a otro, agotándote, besándote hasta acabar casi consumido por el fuego que tus ojos desprendían por el choque de su cuerpo contra el tuyo potenciado por el poder del éxtasis.

¿Cómo contarle una primera vez que olvidaste a tu hija? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario