-Hay que ver la cara
que tienen los de tu clase, ¿no? Me hablas tú y no te dejan apenas articular
palabra, -me dijo.
-Sí…supongo que algo
de cara sí que tienen, no sé…
-Me llamo Alicia, creo
que ya te lo dije, ¿cierto? Y tú te llamabas…
-Eh Ali, ¿tienes
tabaco? –preguntó otra de sus amigas.
-Sí, sí que tengo, ¿es
que quieres fumarte otro porro? Yo te lo doy, pero me tienes que pasar algunas
caladitas eh…
Alicia se sacó un
paquete de tabaco del bolso, un Chesterfield, y se lo pasó a su amiga Tina.
Despreciaba a la gente
que fumaba, lo digo en serio, entre ellos a mi difunto padre, quien se fumaba
dos paquetes y medio de cigarrillos al día. Era incomprensible que alguien
pagara para que le mataran lentamente, aunque al fin y al cabo, cada uno tiene
su libertad para hacer con su vida lo que quiera.
-¿Quieres uno? –dijo
ofreciéndome un cigarro.
-No, no me gusta el
tabaco…
-¿En serio? ¿Pero lo
has probado?
-No, no lo he probado.
-¿Entonces cómo sabes
que no te gusta?
-El simple humo me da
asco, lo siento.
Se guardó el paquete
en su bolso, con una mueca de decepción es su rostro. Miré de reojo a su amiga,
quien liaba el porro con una pericia asombrosa, ¿cómo podía hacer eso como para
que pareciera tan fácil?
-Bueno, ¿y qué edad
tienes y eso?-me preguntó.
-Cumplí dieciséis hace
unos días, en el mes pasado, ¿y tú?
-Yo aún tengo quince,
a principios de junio hago los dieciséis.
-Ah…
La conversación no fue
a más, alguna palabra suelta y fin, y no recuerdo qué más hablamos, era una
situación algo incómoda.
Recuerdo que nos
despedimos con dos besos, y que una vez que se alejó, me guiñó el ojo en la
distancia. Me sentí “raro”…
Mis pensamientos se
vieron interrumpidos por una voz:
-Eh, ¿podría hablar
contigo?
-¿Cómo? –reaccioné de
pronto.
Era Marta, una de mis
antiguas compañeras de clase, con la que…bueno…con la que tuve una relación
algo extraña, que acabó justo allí.
-¿Quieres ir a dar una
vuelta? –me dijo.
-Sí, -le respondí. La
verdad es que jamás entenderé porqué me fijé en ella, era todo lo contrario a
lo que tu madre fue en vida, no lo sé, jamás entenderé a mi yo de dieciséis
años. Y aquella relación…quizá no fuera ni relación. Era raro, ella siempre me
tenía como un segundo plato, me hacía caso cuando alguno de sus novios la
dejaba, cuando se sentía sola, lo típico supongo. Y yo era tan tonto que siempre
caía en sus redes.
Era el perfecto idiota
adolescente enamorado de la idea del amor, de esa idea que te prometen los
libros, donde todo problema es superado por dos increíbles enamorados que
superan los escollos de la vida con la única fuerza que sus besos son capaces
de proporcionarles.
-¿Estabas enamorado de
ella, papá?
-No, te dije que
estaba enamorado de la idea del amor, y así estuve hasta que Alicia pasó por mi
vida.
-¿Qué más pasó?
-Nos fuimos a tomar
alcohol, logrando entrar en una discoteca para mayores. Allí probé el éxtasis
por primera y única vez en mi vida.
-¿De verdad, papá?
-Sí, influenciado por
ella. Mis dieciséis fueron una edad donde la gente lograba influenciarme
bastante, para mi desgracia…
-¿Cómo ocurrió? Lo del
éxtasis digo…
-La verdad es que ella
me lo ofreció, y yo, por hacerla feliz, tomé.
-¿Y?
-Nos fuimos directos
al hotel, pasando olímpicamente del resto de la clase.
-¿Y qué pasó?
-¿De verdad lo quieres
saber?
-¡Claro!
-Pues entonces creo
que me iré a la cama, es tarde y estoy cansado.
-¡Papá!
-Ni papá ni leches, me
voy.
Y así fue, el papá se
fue, pensando en lo que le pudo haber contado a su hija y no le contó.
¿El qué?
Lo que hizo aquella
noche y no logró saber hasta que cumplió dieciocho años: Perder la virginidad.
¿Cómo contarle a tu
propia hija el que te drogaste y emborrachaste y que no recordaste cómo fue?
Que te tumbó sobre la
cama, en su habitación, que te quitó la ropa, rompiendo tu camisa con una fuerza
bruta inusitada, que ató tus brazos al cabecero de la cama con los restos de
esa camisa, y que te folló sin compasión, dejándote sin aire en los pulmones,
al borde del colapso, culpa de su pelvis meneándose de un lado a otro,
agotándote, besándote hasta acabar casi consumido por el fuego que tus ojos desprendían
por el choque de su cuerpo contra el tuyo potenciado por el poder del éxtasis.
¿Cómo contarle una
primera vez que olvidaste a tu hija?
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