El joven despertó en
la cama de la joven, solo. Se encontraba algo desorientado, con ganas de vomitar.
Miró alrededor y comprobó que no había nadie allí, sus compañeras de habitación
tal vez no hubieran pasado la noche allí.
¿Y ella? ¿Dónde se
encontraría Marta?
Se levantó, y sí, se
confirmó el que estaba algo mareado, puesto que no fue capaz de dar más de dos
pasos en condiciones. Se dirigió al cuarto de baño, con la intención de meterse
los dedos y vomitar, así creyó que su mareo desaparecería, o que al menos,
mejoraría.
La puerta estaba
cerrada, quizá que alguien se encontrara dentro, así que llamó unas tres veces
para asegurarse y nadie le respondió. Entró rápidamente y se acercó al inodoro,
y se metió los dedos, vomitando en el acto. Estaba tan inmerso en su mundo que
no se dio cuenta de que había alguien usando la ducha mientras él vomitaba.
-¿No te han enseñado
que a una dama no se le interrumpe su baño? –se escuchó.
-¿Eh?
Era Marta, recién
salida de la bañera, quien cubría su cuerpo empapado con una toalla minúscula,
de esas típicas de hotel. Dejaba ver sus piernas casi al completo, cómo las gotas
de agua las recorrían de arriba hacia abajo, con una potente sensualidad.
Cualquier chiquillo de dieciséis años hubiera enloquecido con aquel cuerpo,
pero él y sus profundas ganas de morirse por culpa de la resaca y los vómitos
se lo impidieron.
-Vaya…lo siento, creía
que no había nadie, llamé y nadie respondió, así que entré.
-Bah, no te preocupes,
eso sí, cuando termines de hacer eso límpialo todo, no quiero que mis amigas se
den cuenta de que has estado aquí ni nada de eso.
-Está bien…
Aunque él no lo notó,
para Marta dejó de importarle justo en el momento en el que se levantó rumbo a
la ducha. No lo quería, solo quería un polvo de esos de una noche, y una vez
conseguido, su “amigo” pasaba a importar más bien poco, sin embargo, le
gustaba, pero era demasiado orgullosa para admitir que le gustaba ese chico
gordito al que casi nadie hacía aprecio, el bicho raro…
Era mejor ser fría,
pasar de él una vez que consiguió lo quería, y nunca le comentó a nadie lo
sucedido aquella noche. Ni a él, que no supo de aquello hasta pasados unos
años.
-¿Ya lo limpiaste?
-Sí, ya está todo
limpio, apenas ensucié, me fue sencillo.
-Perfecto entonces.
-Y bueno, si me lo
permites, me voy a echar un rato a dormir, ¿vale? Me encuentro cansado del día
de ayer…
-¡No!
-¿Qué?
-¡Vete, no quiero
volver a verte, vete!
-¿Pero por qué?
-¡Qué te largues te he dicho!
-Vale, no entiendo
nada, pero está bien, me visto y me voy, sin problema.
El joven se vistió lo
más rápido que pudo y abandonó aquella habitación lo más veloz que sus piernas
le permitieron. No comprendía nada, no entendía qué es lo que le pasaba a
Marta, tampoco entendía qué hacía en su cama solo en calzoncillos. Por su
cabeza rondó el pensamiento de si lo habían hecho, pero llegó a la conclusión
de que no, que él no era así, que su primera vez y su primer beso estaban
reservados para aquella chica que realmente le demostrara amor. Además, Marta
no le había dicho nada, por lo que seguramente no llegaron a consumar nada.
-¿Tú qué hacer aquí?
–preguntó el botones que solía vigilar los pasillos constantemente. No dominaba
bien el español, pero al menos se le entendía, no como a la recepcionista, a
quien había que dirigirse en inglés o italiano o no habría posibilidades de
comunicación.
-Yo venir de fuera, yo
fumar, - dijo improvisando lo primero que se le ocurrió.
-Jóvenes no deber
fumar, ser malo, además de no poder salir sin permiso, -contestó.
-Disculpe, no pasará
más.
El botones sonrió y le
dejó paso. Su cuarto no quedaba muy lejos, a escasos metros.
Se metió la mano en el
bolsillo, sacó la llave, y la introdujo por la cerradura.
No había nadie dentro,
sus dos compañeros de habitación posiblemente hubieran pasado la noche en otra
habitación con alguna chiquilla, así que no se habrían enterado de sus
“aventuras” en la otra habitación.
Y mejor, esos chicos
lo conocían bien, habían estado en la misma clase desde los tres años, así que
posiblemente no hubiesen entendido que hubiera pasado la noche en otra
habitación, con lo “formal” que supuestamente era. Mejor callar, sin duda.
Miró sus pertenencias
y comprobó si estas estaban intactas o no. Miró dentro del cajón de la mesita
de noche, y su mp4 y su cámara de fotos seguían ahí, así que todo correcto.
La maleta seguía
estando cerrada, sin signos de violencia sobre el candado.
Estaban todas
impolutas, algo menos de lo que preocuparse.
-Quillo, ¿estás ahí?
Ábreme la puerta, anda.
Era Joaquín, uno de
sus compañeros de habitación. Siempre fue el típico chico guapete que jugaba al
fútbol, vestía con ropa cara y que tenía una sonrisa que las volvía locas a
todas. Pero detrás de esa fachada perfecta había algo que pocos y pocas
conocían.
Utilizaba a las
mujeres, las trataba como si estas fueses pañuelos de papel, y lo peor de todo
es que ellas se dejaban manipular por él.
Él jamás entendió eso,
ni con dieciséis años ni con sesenta, aunque hay cosas que es mejor no
entender, por mucho que queramos hacerlo.
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