-¿Te has aburrido esta
noche o qué? Seguro que sí, eres un pringao y te habrás acostado pronto,
¿verdad?
-Emmmm…sí, algo así,
estuve jugando un poco con el móvil hasta que me quedé dormido. Poco más.
-Eres un mariquita
chaval, no sé qué haces con tu vida que no follas con ninguna tía ni te lías ni
nada. Luego no te quejes cuando te llamen gay.
-Si me quejo de eso es
porque no lo soy. Soy feo, por eso no “me lío” como tú dices, qué culpa tendré
yo, vaya.
-Tienes que tener más
cara chaval, más desparpajo, o te vas a morir virgen, solo te digo eso.
-¿Acaso tú ya no eres
virgen?
-Aún lo soy, pero por
poco tiempo, me estoy camelando a Ariadna, vengo de su habitación, si sigo tal
como voy dentro de dos días lograré tirármela.
-Pues me alegro por ti,
supongo…
-Hay que meterla
capullo, meterla en todos los coñitos que puedas, eso es lo que quieren todas,
son unas guarras.
-Ah…
-Es mi consejo, ya tú
verás qué hacer. Bueno, piro a la ducha, ahí te quedas.
Durante muchísimo
tiempo pensó en el motivo por el cual él no era como todos, el porqué le era
imposible pensar, decir y actuar como ese y otros tantos chavales que conocía. No
creía que las mujeres merecieran ser tratadas así, ni ser utilizadas con el
solo objetivo de llevarlas a la cama. De hecho, pensaba que ninguna persona, ya
fuera hombre o mujer merecía ese trato. ¿Por qué las personas solo buscan su
beneficio, su felicidad? ¿Por qué les daba igual el sufrimiento del resto? ¿Por
qué pisotear la sonrisa de los demás para moldear la tuya propia?
Él no podía, la
felicidad de los demás estaba por delante de la suya propia, y es algo que la
gente no asimilaba con facilidad. Creían que se comportaba bien con todo el
mundo por pura falsedad, en búsqueda de algo para aprovecharse.
¡Y él no era así, no
lo era! O de eso se quería convencer…
Lo habían humillado
demasiadas veces, marginado, insultado, hasta deseado la muerte. Recién había
cumplido los dieciséis años y su vida no era vida. Se encontraba solo, no creía
en la amistad, y menos el amor, lo habían rechazado muchas veces, aún cuando no
sintió amor por aquellas chicas, simplemente, le atrajeron.
¿Cómo creer en todos
esos sentimientos si nadie te había demostrado que existían, cuando nadie había
conseguido que los sintieras en tus propias carnes?
Su abuela le dijo de
pequeño que nunca intentara que un sordo le escuchara tocar la flauta, era
imposible…
Y esto, era igual, no
se le puede pedir a un adolescente que nunca se sintió querido que empiece a
hacerlo por las buenas. Lo único que conseguirás es que se valore menos a sí
mismo. Y eso…no conviene.
A un adolescente debes
enseñarle a quererse, hacerle ver que la finalidad de vivir, el objetivo del
amor, es enamorarte de ti mismo antes que enamorarte de otra persona, ese es el
secreto. No hay que derrumbarse si no te valoran, justo lo contrario.
Debes mirar arriba,
marcarte tus metas, decirte “yo sé lo que valgo” y no dejar que las malas
intenciones de la gente logren acabar contigo. Y sí, tal vez tengas algo que
cambiar para conseguir quererte, puede ser, pero debes hacerlo por ti mismo, por
ti y por gustarte y complacerte a ti, no a los demás. ¡Qué les den a todos!
Tal vez sea difícil,
pero cuanto más cuesta algo, mayor es la satisfacción de conseguirlo. Lo fácil
quizás llene, pero es una sensación de saciedad temporal, mínimamente temporal,
justamente contrario a la saciedad de algo difícil, que si luchas con coraje
por ello, durará durante mucho tiempo.
-Una buena ducha
siempre sienta bien, hostias, -dijo Joaquín.
-Sí, supongo…
-¿Se puede saber qué
te mierdas te pasa?
Tocaron a la puerta, y
por la voz, parecía ser Antonio, el otro compañero de habitación.
-Hey, abridme ya, que
estoy en bolas.
-¿Y qué hace este nota
en bolas? –se preguntó Joaquín mientras abría la puerta.
Antonio entró, solo
con unos míseros calzoncillos puestos y se dirigió rápidamente al armario que
los tres compartían.
-Tío, por poco no me
pilla el maldito botones en la habitación de Carmen, he salido de la habitación
de milagro, me llegan a pillar y se lía. He tenido que salir así, otra no
había. Dios mío, de la que me libré.
Antonio era otro de
los tantos ligones que conoció en su vida. Se asemejaba a Joaquín, aunque había
alguna que otra diferencia notable.
También era
deportista, aunque no jugaba al fútbol, hacía baloncesto y era algo macarrilla,
y eso provocaba que estuviera metido en algún que otro lío, aunque esto no significaba
que no fuera buena persona, de hecho, era muchísimo mejor persona que Joaquín.
Las apariencias
engañan, siempre engañan.
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