-Chicos, es hora de
salir, vamos, ¿estáis listos?
Josi ya les andaba
metiendo bulla. Hoy tocaba ver el Coliseo, la Fontana, el Foro, el Arco de
Constantino y el hermoso Panteón de Agripa, aparte de pasar el día por las
calles de Roma.
-No, yo aún no estoy,
me queda darme una ducha y vestirme, unos diez minutos, -respondió Antonio.
-¿Aún? Dios mío, ya
vamos tarde, así que espabilad ya.
-¿Las chicas están ya
todas? –preguntó.
-Claro que están, son
siempre puntuales, no como vosotros, que sois unos tardones.
-¡Me ducho rápido!
–exclamó Antonio.
Joaquín y él cogieron
móvil, cartera y demás y salieron de la habitación mientras hablaban del
Coliseo. Joaquín le preguntó que si le gustaba Roma y todo aquello que iba a
ver en la ciudad. Él respondió que sí, que aunque hubiera preferido ir a
Grecia, Italia también le fascinaba, el mundo antiguo en sí le fascinaba.
Joaquín le comentó que él hubiera preferido ir a Tenerife, a ver tías chicas en
tanga.
Una vez llegaron a la
puerta, comprobaron que Josi les había colado una mentira de las gordas. Solo
había dos chicas preparadas en la puerta y el resto de chicos. Ellos no habían
sido los últimos, ni de lejos.
Se sentó en uno de los
escalones acompañado de Joaquín y del resto de chavales que estaban ya listos y
pertenecían a su grupo más próximo de amigos.
Sacó su móvil del
bolsillo, al menos ese rato podría utilizarlo para escribir.
-Loco, ¿otra vez estás
liado con ese móvil escribiendo tonterías?-soltaron de pronto por detrás.
Era Miguel, su buen
amigo.
-No estoy escribiendo
tonterías, estoy escribiendo cosas que me gustaría publicar en un futuro
cercano.
-Sí, a eso me refería
con tonterías. Chiquillo, que este viaje es de vacaciones, para disfrutar y
buscar niñas con las que ligar, tonto del culo, deja el móvil y de pensar en
escribir. Es más, dame ese maldito móvil, hasta que no te vea hablando con una
tía hoy no te lo pienso dar, y no cuentan las que han venido con nosotros.
-¿Entonces?
-Italianas tío,
italianas, vamos a buscarlas, alguna caerá, te lo aseguro.
-De acuerdo, de
acuerdo, toma el móvil, -dijo riendo por las palabras de su amigo.
-Bien bien, a ver si
las tontas estas salen ya y buscamos a alguna italiana guapa, hostia.
Los deseos de Miguel
fueron cumplidos en quince minutos, cuando todas salieron a la misma par de las
habitaciones ya vestidas.
-Bien, ¿estamos todos?
–preguntó Josi.
Todos respondieron que
sí.
El camino del hotel
hacia el Coliseo se hizo algo largo para su gusto, y para el de todos, que no
dejaron de quejarse de lo lejos que quedaba del hotel. Él sin embargo, de lo
único que le apetecía quejarse era de las quejas en exceso de sus compañeros de
grupo, que estaban resultando pesados.
Josi se paró en una
esquina, cosa que hizo que todos hicieran lo mismo.
-Chicos, ya os lo dije
antes de partir, pero me gustaría recordarlo de nuevo. Esto ocurre en toda la
ciudad, pero donde más cuidado debéis tener es por las cercanías del Coliseo.
Hay mucho mangante y mucho estafador, tened cuidado y que nadie se fíe de
nadie, y a esto le quiero añadir algo más. Posiblemente veamos a algunos
hombres vestidos de legionarios y queráis alguna foto con ellos. No os la
hagáis si queréis que no os peguen un buen pellizco en el bolsillo.
Todos asintieron y
siguieron el camino hasta el Coliseo.
-Chicos, este es
nuestro encantador Coliseo. Construido alrededor del siglo I por la Dinastía
Flavia, con el paso de los siglos se ha convertido en uno de los monumentos más
característicos y famosos de la bella Italia. En su máximo esplendor, llegó a
albergar a unos cincuenta mil ciudadanos romanos que se reunían allí con la
ilusión de ver las famosas luchas de gladiadores que Roma ofrecía, -comentó el guía
turístico con un perfecto manejo del español.
-¿Solo luchas de
gladiadores? –preguntó él.
-No señor. El Coliseo
ofrecía, además de luchas a muerte entre gladiadores, ejecuciones de aquellos
que habían deshonrado todo aquello que Roma significaba para el pueblo romano.
Otros actos que se llegaron a ofrecer fueron las luchas de esos gladiadores
contra todo tipo de animales exóticos que normalmente se importaban desde
África. Era todo el entretenimiento que había en la época, al menos en este
edificio, claro.
-Chicos, ¿tenéis
alguna pregunta para nuestro guía? Aún quedan quince minutos para que podáis
entrar dentro y observarlo de cerca, tenéis tiempo de sobra.
Uno de los chavales,
Carlos, decidió arrancarse con una pregunta.
-¿Cómo vivían los
gladiadores? –dijo.
-Hay muchas hipótesis
sobre el tema y el tema aún no está esclarecido del todo. Sabemos bastante,
pero no lo suficiente. Sabemos que trabajaban duro, con entrenamientos que les
costaban la vida y que eran la “élite” de los esclavos por así decirlo. Eran
fuertes, y solían ser de las regiones capturadas por Roma, como la Galia.
-¿Has tardado mucho en
estudiarte todo eso o cómo? –preguntó Julian, uno de los graciosillos que le
caían mal.
Todos empezaron a
reír, incluidos Josi y el guía. Todos salvo él, ¿por qué? ¿Por qué él tenía que
ser tan estúpidamente diferente al resto? ¿Por qué exactamente él? ¿Es que
estaba condenado a sentirse fuera de todos lados, sentirse invisible y no ser
nadie?
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